lunes, 20 de agosto de 2012

¿Sanó Jesús a todos?


Todo mensaje del movimiento de la prosperidad pone un gran énfasis en el ministerio sanador del Señor Jesús. Esto en sí no es malo. Jesús, en efecto, es nuestro sanador.

Los maestros de la Palabra de fe casi siempre recalcan que Jesús sanó a todos los que acudieron a Él con fe. Citan textos como Mateo 4:24 (y le trajeron todos los que tenían dolencias; y los sanó). Luego explican que Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). De lo cual concluyen que Jesús siempre sana a aquellos que oran en fe, incluso hoy.

Algunos se sorprenden al saber que Jesús no siempre sanó a los que iban a Él. Para prevenirnos de pensar que está obligado a hacerlo, nos dejó un ejemplo en Lucas 5:15-16:

Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Más él se apartaba a lugares desiertos y oraba.

La conjunción más indica que Jesús no hacía lo que se esperaba de Él todas las veces. A menudo hizo otra cosa. Aparentemente Jesús deseaba enseñar a sus discípulos que la comunión con el Padre era más importante que el propio ministerio, por más glorioso que este fuera. Así que, por excepción, a veces Jesús se rehusaba a sanar a la multitud.

También debemos considerar el factor de la elección divina en cuanto a la sanidad. Los cristianos no concuerdan en cuál sería su causa. Pero tenemos un ejemplo de ella en Juan 5:1-5, donde se relata la sanidad de un hombre incapacitado en el estanque de Betesda.

Jesús no fue atraído a sanar a este hombre por su fe, pues no la tenía. Este ignoraba la identidad del Señor tanto antes como después de ser sanado. Este milagro no está relacionado con la fe, sino con la soberana voluntad divina.

El versículo 9 aclara que fue sanado mientras estaba acostado en su lecho. Este  hombre   no  mostró   más  fe   que   cualquier   otro   allí  presente. Sería vano preguntar por qué Jesús lo escogió a él y no a otro. Se perdería de vista la lección de este suceso. La decisión soberana de Dios en la sanidad opera aquí y la pregunta es incontestable. Dios no está interesado en ajustarse a nuestros sistemas exactos de lógica o fórmulas espirituales e ignora nuestros sentimientos acerca de lo que es o no justo.

Jesús es verdaderamente la misma persona que era aquí en la tierra, pero ya no tiene el mismo ministerio. Él está en una posición de autoridad y sus propósitos son dirigidos de manera muy diferente a como era cuando estuvo de forma visible entre nosotros.

Ahora es la Cabeza de la Iglesia, la cual es Su Cuerpo. Esto significa que su ministerio de sanidad ha sufrido un cambio fundamental; ahora este ministerio lo cumplen seres humanos, agentes imperfectos. Con esto ya tenemos suficientes nuevos problemas, que deberían suavizar el martillo dogmático.

Cuando llamamos a la gente a seguir a Cristo, también les estamos llamando a nosotros y a la iglesia. Nos hemos vuelto participantes activos del proceso de sanidad. No está ya en la mano de Jesús puesta sobre los cuerpos enfermos, sino en nuestras manos. Más deberíamos temblar que enorgullecernos. Si consideramos esta realidad, resulta más acorde ser humildes que hacer burdas declaraciones.

El caso de Timoteo

Timoteo es otra interesante excepción de la postura de la superfe. Pablo lo urge en 1 Timoteo 5:23 a que no bebas agua, sino usa un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades. Sus aflicciones eran sin duda, físicas. La palabra “estómago” no puede tomarse como figurada, ni podemos pensar que el vino tenga que ser administrado por razones espirituales.

Pero, ¿estamos seguros de que Timoteo tenía fe? En 1 Timoteo 1:2 el discípulo de Pablo es llamado “verdadero hijo en la fe.” En el original se lee “a Timoteo, un genuino hijo en la fe.” Pablo felicita a Timoteo por tu fe auténtica. Y añade, en 2 Timoteo 1:5, trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti. “No hay duda del nivel de fe de Timoteo, y aun así sufría frecuentes enfermedades.”

Nunca escuchamos que Pablo le exhorte diciendo: “Solo cree en Dios para tu sanidad,” ni llamando a sus síntomas mentirosos. Quedamos sin saber por qué Dios no lo habrá curado de manera sobrenatural. Lo que sí sabemos es que el problema no era falta de fe.

A través de todo el Nuevo Testamento, no se ve crítica de parte de los apóstoles hacia los enfermos. No se critica a nadie por falta de fe, si estaban enfermos o sufrían pobreza.

El aguijón de Pablo

Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera (2 Corintios 12:7).

Nunca ha dolido tanto una espina como la de Pablo en el costado de los evangelistas de esta doctrina. Ellos dan explicaciones muy complejas para mantener el supuesto de que un hombre de fe y poder, nunca estará enfermo. Les repugna mucho más la noción de que Dios puede realmente usar la enfermedad como un medio de guía en su ministerio. Pero no se puede inferir de otra manera de la lectura de Gálatas 4:13: Pues vosotros sabéis que a causa de una enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al principio.

El término griego día (en caso acusativo) solo puede significar que Pablo predicó el evangelio en Galacia a causa de su enfermedad, la cual le detuvo el tiempo necesario para establecer allí la iglesia. El supuesto de algunos de que su aflicción no era física, es refutado por la frase “en el cuerpo,” del versículo 14.

Una explicación común acerca del aguijón de Pablo, dada por los maestros de la Palabra de fe, es que era un demonio que le habría sido asignado por parte de Satanás, para que le siguiera y pusiera obstáculos a su ministerio.

Esta explicación parte de la frase “mensajero de Satanás,” del versículo 7 de 2 Corintios capítulo 12. Pablo dice que su aguijón era algo en su cuerpo. Si fuera un demonio, significaría que lo tenía en el cuerpo. ¿Es esta una perspectiva aceptable?

¡Muy difícilmente! Ni siquiera cuadra con el versículo 10, donde dice: Por lo cual, por amor a Cristo, me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias.

Si la enfermedad de Pablo era una persecución, entonces qué significa la que se menciona en el versículo 10. ¿En qué parte de la Biblia dice que la persecución debe ser vista como “enfermedad” por parte del creyente? Pablo no era el único que sufría angustias y persecución por Cristo. Pedro fue encarcelado y martirizado. Esteban murió apedreado y Santiago por espada. Parece que las angustias eran comunes entre los primeros cristianos. ¿Había acaso un demonio asignado a cada uno? Cuando los creyentes hoy sufren persecución por Cristo, ¿significa eso acaso que también existe un demonio asignado a cada uno de ellos, para mantenerles humildes?

Algunos reconocen que la aflicción de Pablo era física pero discuten que no se aplica en la actualidad. Este “aguijón en la carne” le habría sido dado para que “por la grandeza de las revelaciones” dadas a él, no se enorgulleciera y exaltara “desmedidamente.”

Según esta lógica, no nos podemos aplicar esto a nosotros a menos que tengamos las mismas revelaciones como Pablo. Es ilógico asumir que uno debería lograr al menos algo igual a Pablo para ser tratado así por Dios. Algunos cristianos son orgullosos, incluso sin haber logrado nada de nada. La restricción era al orgullo de Pablo, no a sus logros. Asumir que Dios no aplica esas restricciones hoy en día es tanto irracional, como presuntuoso.

¿Quién es el culpable?

“¡El acoso de los miembros de mi iglesia es casi peor que el cáncer!,” me dijo Judy, temblando. “Ya no puedo soportar ni un minuto más y estoy a punto de retirarme de la congregación.”

Judy era una mujer joven, atacada de cáncer al colon, que había postergado su operación por mucho tiempo, mientras buscaba a Dios y creía en ser curada. A pesar de su fe, Dios no la sanaba milagrosamente y ella continuaba asistiendo a su iglesia carismática, donde en cada reunión, los hermanos le decían: “Ay, Judy, ¡cómo desearía que creyeras que Dios te va a sanar!” Tales comentarios herían profundamente sus emociones ya tan delicadas y afectadas.

Cuando ya no se pudo postergar más la operación, su esposo Tom tomó las riendas del asunto y la hospitalizó, antes de que su dolencia fuera inoperable.

“Mientras esperaba la cirugía,” informa Judy, “los hermanos seguían viniendo con libros y grabaciones sobre la fe, para que yo los estudiara. Casi no podía sostener en mis manos un libro, mucho menos leerlo.” “Me decían: ‘Si tuvieras fe suficiente, no tendrías que pasar por esta operación.’ Yo creía con todas mis fuerzas, pero como Dios no me sanaba, cada vez me sentía más y más culpable. Ese círculo vicioso y el acoso de los cristianos casi me hace perder la razón.”

La cirugía fue un éxito, pero al regresar a la iglesia, una hermana le dio la bienvenida diciéndole en un tono triste: “¡Cómo siento que te hayas operado! Cómo hubiera deseado que tuvieras fe para ser sanada. Así no hubieras tenido que hacerte operar.”

Judy dice que ese comentario le dolió tanto como la incisión. La sanidad lograda a través de la cirugía, en vez de haber esperado por un milagro, era evidencia innegable de fracaso espiritual.

Sería tranquilizador imaginar que el tipo de experiencia sufrida por Judy es algo raro. Pero no es así. Hay cientos de dramas similares sufridos por creyentes que han sido influenciados por la doctrina de la sanidad garantizada. Basándonos en Santiago 5:14-16, vemos que un sinnúmero de errores se han cometido en este caso:

¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor le levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. 

Santiago se refiere a enfermedades graves. Debido a que la persona afligida debe “llamar” a los ancianos, está obviamente en incapacidad de ir a verlos. La frase “salvará al enfermo” es muy fuerte e indica que la vida de la persona corre peligro. Es muy dudoso que este texto se lo pueda aplicar a dolencias menores.

Es de notar también que se debe llamar a los ancianos, no a cualquier otro creyente. Aunque es cierto que todos los creyentes tienen derecho de orar por los enfermos, esta debe ser tratada por los líderes de la iglesia en casos de enfermedad grave. La frase “oren por él” se refiere a los ancianos.

El delicado equilibrio existente entre alma y espíritu, cuerpo y mente, debe ser manejado por hombres de Dios maduros por sus años y experiencia. Los que hayan merecido la ordenación a cargos de liderazgo espiritual son los mejor calificados para entender lo complejo de la naturaleza humana. En ocasiones, la confesión de pecados que toma lugar es solo para ser escuchada por personas de esas características.

La oración de fe será hecha por los ancianos, no por el afligido. El texto no menciona que la fe del enfermo sea un requisito. Aunque Jesús y sus discípulos normalmente esperaban fe de la persona por quien oraban, no es un requisito en todos los casos, especialmente en los severos.

A menudo, como en el caso de Judy, existe tal debilitamiento del espíritu, por la debilidad del cuerpo, que a la persona enferma le puede ser muy difícil ejercitar su fe. Cuando la gente enfrenta la posibilidad de morir, generalmente siente miedo y confusión. Algunas veces su única opción es pedir ayuda.

La palabra “enfermo” se repite dos veces en el texto, como resultado de la traducción de dos vocablos diferentes en griego. El segundo se encuentra en la frase “y la oración de fe sanará al enfermo.” La expresión griega aquí traducida “enfermo” es kamno.

El Diccionario Expositivo de Vine expresa que es “común acompañamiento de la enfermedad: cansancio mental, el cual frecuentemente es obstáculo para la recuperación física y está relacionado de manera íntima con toda la idea de la enfermedad.” Esta misma palabra se emplea en Hebreos 12:3, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.

Al entender todo esto se aclara por qué las enfermedades serias deben ser tratadas por ancianos experimentados y no por novatos. Los principales maestros del Movimiento de la fe insisten que la esta es una proposición de parte del enfermo. Sin importar cuánta fe tenga el pastor, las dudas del enfermo neutralizan la del pastor. Aunque esto puede ser cierto en muchos casos, no lo es en todos los casos.

En Santiago 5, la gramática indica que la fe de los ancianos es la que cuenta, y no la del doliente. “Oren por él, y la oración de fe salvará al enfermo.” Pero, ¿en qué quedamos en cuanto a la premisa: “Si no hay sanidad, esto es clara evidencia de falta de fe”? Podemos preguntar: “¿la falta de fe de quién?” Si la fe requerida es la de los ancianos, entonces cúlpese también a los evangelistas y pastores de falta de fe cuando no haya sanidad. También cúlpeseles de pecado oculto e incredulidad. Pero dudo que esta sugerencia se vuelva popular.

Una premisa equilibrada

Ya que las premisas de la Palabra de fe son difíciles de mantener a la luz de las Escrituras y de la realidad, necesitamos algunas que sean más ajustadas a ambas. Intentemos con las siguientes:

1. Es la voluntad normal de Dios que la gente sea sanada.

2. Casi siempre Dios espera que el enfermo tenga fe, pero Él no está limitado a la falta de ella.

3. El cuándo y el cómo corresponden a la soberanía de Dios, no a la del hombre.

4. El uso de formas naturales de sanidad, como la medicina, no es algo inferior a los medios milagrosos, ni necesariamente una prueba de una fe débil.

5. Existen suficientes complejidades y excepciones para juzgar al enfermo como espiritualmente inferior, solo basándose en eso.

Estas son pautas que dejan suficiente espacio de acción, sin restringir la mano de Dios. Siguiéndolas, el lector puede experimentar nueva libertad y paz en su ministerio y en su conducta con los dolientes.

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