jueves, 16 de agosto de 2012

La idolatría moderna en la iglesia actual.



Por:  Erika Charles
1 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como
a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido…
22 Profesando ser sabios, se hicieron necios,
23 y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
24 Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos,
25 ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.
Romanos 1:21-25
Cuando se habla de idolatría, inmediatamente pensamos en la iglesia católica; en sus templos llenos de esculturas, de imágenes fabricadas con diversos materiales y sus respectivas procesiones en las calles o dentro de sus lugares de culto. Al analizar la situación espiritual en la que los practicantes de dicha religión se encuentran nos llegamos a sentir amados por Dios nuestro Padre, que nos haya liberados -de la forma que haya sido- de la práctica más abominable ante Él, la IDOLATRÍA.
De cierto, quienes nos consideramos cristianos, tenemos muy claro el tema y no nos resulta difícil predicarles a nuestros compañeros católicos lo que piensa Dios sobre la adoración a la cruz o a la Virgen María pasando por todo el santoral católico. Nos sentimos tan ajenos a esta abominable práctica que pareciera que Satanás, el enemigo de Dios, ha perdido en nosotros una arma eficaz para desviarnos de nuestro Creador. Arma que pareciera que solo aprovecha en el romanismo. Pero la realidad es otra.
Las escrituras dan cuenta de un hecho ocurrido después de que Israel fue libertado de la esclavitud en Egipto, mismo que nos puede servir mucho para ilustrar lo que plantearemos aquí para evitar que caigamos en el mismo error y si estamos en él, alejarnos.

Es un hecho comprobable que la idolatría es un pecado que no ha sido erradicado del pueblo de Dios a pesar del tiempo.
Moisés subió al monte tal como Jehová le había indicado (Exodo 32). El pueblo, observando que tardaba mucho en regresar se acercó a Aarón -quien se había quedado de responsable- para que les hiciera dioses que fueran delante de ellos. Algo sumamente claro es que Israel pedía algo que traía desde antes. Algo que había estado observando durante cuatrocientos años en Egipto, una de las naciones más poderosas de la antigüedad que destacó por su politeísmo e idolatría. Después de tantos años, pareciera que Israel quería ser como Egipto o al menos mucho de esa cultura y costumbre los había influenciado, ya que los hebreos no tuvieron ley en el tiempo que permanecieron en Egipto.
Parece que hoy la misma historia se repite aunque de manera velada. Lamentablemente, algunas Iglesias en estos tiempos han puesto en práctica lo que hizo Israel en el desierto y algunos líderes religiosos hacen lo que hizo Aarón con tal de tener contentas a sus ovejas, cuidando también que con ellas no se vayan los diezmos y las ofrendas. Además de conservar el número de feligreses que alimenta su ego cuando se habla de iglesias exitosas y en franco crecimiento. Hoy en día, las mega-iglesias parecen ser sinónimo de respeto y admiración a los ojos de propios y extraños.
De la misma forma, algunos que tienen por tardanza la venida de Cristo, desesperan por crear “nuevas cosas” dentro de las Iglesias, en forma de nuevos y singulares movimientos. Organizan reuniones espectaculares, rimbombantes, estruendosas y sumamente atractivas con el fin de atraer a las masas. Olvidan para su conveniencia que la palabra de Dios no cambia, que es inflexible y eterna; y llegan a poner por ley la suya propia.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán
Mateo 24:35
Muchos líderes, llámense pastores, obispos o “apóstoles”, modifican sus liturgias y enseñanzas con la finalidad de complacer a sus feligreses y no en función de agradar a Dios o de hacer las cosas como El las desea. Establecen entonces una doctrina “al gusto del cliente”. Cuando ya no les basta Dios; o cuando Jesús ya no les llena, consciente o inconscientemente desean ser como “los otros pueblos” que tienen un caudillo, un líder, un ungido, un guía, una súper estrella. Esto nos remite a Israel cuando no les bastaba un Rey en el cielo, querían un rey como los otros pueblos
…y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones.
1a de Samuel 8:5
Los egipcios tenían un faraón, los griegos un rey, un monarca aparte de sus dioses. ¿Por qué ellos no podían tener un soberano como todos?

Al igual que Israel en el desierto, algunas Iglesias cristianas quieren tener lo que otras tienen o tuvieron en el pasado. La idea sola de una monarquía es exquisita para algunas congregaciones, así como la “bendición” de sentirse privilegiados por tener un “enviado del cielo”, una corte real, un ser tocado por la “unción”.
Pareciera delirante en el mundo cristiano actual pero no lo es. El ser humano desde siempre se ha inclinado por las monarquías, por los conceptos de “sangre azul”, por los artistas, los ricos, los famosos, los héroes modernos y aquellos que tienen el “derecho divino de gobernar”. En su natural necesidad de sentirse correctamente guiados, este tipo de personas sólo confían en un gobierno supuestamente divino. De hecho, éste es el origen de las antiguas monarquías de las cuales algunas perduran hasta nuestros días, mientras las naciones son felices pagándoles una vida de lujos a sus reyes con tal de sentirse únicas entre el mundo. Lo mismo sucede en muchas iglesias.
Cuando los pastores sensatos, como fieles atalayas denuncian la falsedad de estas prácticas e insanos deseos que llevan indefectiblemente a la ira de Dios, las congregaciones molestas se olvidan de la sana Palabra y la hacen a un lado flagrantemente. Tachando a quienes tienen tal “atrevimento” de “legalistas”, “hipócritas”, “fariseos” y demás descalificaciones con tal de defender a sus héroes, sus mega estrellas, soberanos, iluminados o ungidos. Logrando alimentar el ego y la vanidad de tales líderes fraudulentos, quienes sucumben a estas imposiciones populares, cayendo entonces como Aarón, en el pecado de desviar al pueblo del camino que es de Dios.
Israel quería ser como los pueblos de los cuales Dios lo estaba librando. Querían “dioses”, dioses que se vieran, que se palparan. Dioses alrededor de los cuales se pudiera danzar, ofrecer ofrendas y holocaustos. Aarón entonces les dijo:
Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos
Exodo 32:2
Notemos de dónde sale el ídolo. Al ídolo lo formó el mismo pueblo. Cada uno dio algo de sí mismo, de lo que traía, de su pertenencia. Un ídolo es producto del mismo pueblo, de sus valores, de las cosas valiosas que posee, de sus sueños; y queda tal como lo quiere. De aquí el poder del sobre quien lo forja, porque es parte del mismo creador. Así, la forma final es producto del gusto del pueblo. Un ídolo no se hacen de la noche a la mañana; lleva tiempo forjarlo, darle forma y que quede al gusto de quien lo pide; de quien lo necesita.
Y él los tomó (los objetos de oro) de las manos de ellos y le dio forma con buril e hizo de ellos un BECERRO de fundición. Entonces dijeron, Israel, éstos son los dioses que te sacaron de la tierra de Egipto
Exodo 32:4
Ahí estaba el becerro de oro. Por encima del nivel del pueblo que le atribuyó el milagro de la libertad que ahora gozaban. La plaga de las ranas, el granizo, el agua en sangre, el mar en dos, etc. Todo se lo atribuyeron al becerro de oro. “Estos son los dioses que te sacaron de egipto”.
Algunas Iglesias tienden a hacer lo mismo actualmente, a pesar de considerarse cristianas. Cuando alguno se siente “bendecido” por la predicación de alguien que tiene un don, no tarda en agradecer al tal. Va y se vuelve su admirador, su fan. Cuando algún hombre o mujer, pastor o pastora es admirado, reverenciado u honrado por los beneficios de los cuales es un simple mediador, se vuelve un becerro de oro. Entonces, los miembros torpemente comienzan a ver lo que no es y a darles honra por bendiciones que no proceden siquiera del don mismo, sino de Dios. Surgen expresiones como éstas: “Por este apóstol tengo la salvación”, “por él tengo lo que tengo y soy lo que soy”, “él nos toca con su don”, “ella nos llena del espíritu santo”, “que hermoso es Su ministerio”, “él tiene la unción”, “él es el ungido”.
Cuando así hacen, no hay duda que están haciendo de él o de ella un becerro de oro, y le están dando la Gloria que sólo le pertenece a Dios, atribuyéndoles milagros, poderes y bendiciones que es claro que les llegan, no por hombre o mujer alguno, sino por la Gracia que es en Cristo nuestro Salvador.
Instantáneamente olvidan a nuestro Redentor, su sacrificio en la cruz, su sangre y su inmenso amor expiatorio volviéndose idólatras. Es aquí cuando, como dice Pablo, cambian la Gloria de Dios incorruptible, en imagen de hombre corruptible (Romanos 1:23) y se vuelven “admiradores de hombres”. Si hay algo que Dios aborrece, es precisamente eso, que cambiemos SU gloria. No es entonces fortuito que este sea el primer mandamiento y el único castigado hasta la cuarta generación. ¿Cómo pudo Israel atribuirle a una estatua, a un pedazo de metal hecho con las manos, el poder glorioso que los libertó de manera tan maravillosa del poder de Faraón?. Cuando se cae en la idolatría, los otros sentidos espirituales se ven anulados por el sentir que provoca el fabricarse un ídolo y la alegría diabólica efímera que esto produce.

Aarón vio que eran millones, eso le hizo condescender con los hebreos. Muchos líderes cristianos llámense pastores o apóstoles cambian sus posturas originales de servir a Dios como Él desea, por las ganancias tanto económicas como de reconocimiento que se obtienen al darle “al cliente lo que pida”. Estos modernos becerros de oro, contrario a lo que un verdadero servidor de Dios busca, no nos buscan a nosotros, buscan lo nuestro. De ahí que eviten confrontar al pecador con su pecado, que se vuelvan permisivos con el adulterio, la fornicación y la homosexualidad; lo cual incluye claro, a los mismos ministros.
Un becerro de oro puede ser cualquier líder de una iglesia. Puede ser un predicador, un “ungido”, quizá también un cantante de moda cristiano o algún grupo evangélico en particular a los cuales la iglesia hace objeto de su veneración u honra excesiva. La honra y la adoración están separadas por una línea muy fina, de tal suerte que sin percatarnos podríamos pasar de un lado a otro creyendo estar haciendo lo correcto delante de Dios.
Ahí estaba el becerro de oro; Aarón mismo cuando vio el júbilo del pueblo se sintió invadido por la alegría de los festejantes. Pareciera que por el éxtasis logrado, por lo apoteósico de la reunión en torno al becerro y la multitud enardecida, él mismo se convenciera de que la imagen de ese animal que él forjó con sus manos, era el autor de la liberación del pueblo. Aarón había cambiado el curso de la adoración en esos momentos.
La historia parece repetirse
Allí están los becerros de oro en medio de la multitud, regodeándose, contentos, felices, observando la admiración del pueblo, oyendo las alabanzas a su nombre, sintiéndose el origen de la felicidad del pueblo. Hartándose de vanidad, hinchándose de soberbia, exactamente como Nabucodonosor al ver su imperio:
¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?
Daniel 4:30.
Los becerros de oro, son carismáticos, les encantan las fotografías, las entrevistas, los anuncios espectaculares, los premios, los diplomas. Les encanta que su entrada a los centros de reunión sea espectacular. Les gusta saludar, sonreir, con actos y poses que ensayan. Gustan de cuidar su apariencia, son metrosexuales. Tienen poses bondadosas y fingen un amor que están lejos de sentir, ampliamente demostrado por la contradicción de sus obras más que por sus palabras. Tratan de verse poco entre la iglesia para causar furor cuando los ven. Igual que cualquier artista o estrella de la farándula. Generan acciones altruistas y humanitarias con tal de que se les vea su “calidad humana”, contrario al espíritu evangélico de que “no sepa tu derecha lo que hace tu izquierda”. Oran en público y aceptan ser lo que la gente que les rinde pleitesía dice que son. “Sí hermanos, el Señor me ha enviado, sí, hacen bien en confiar en mí”, “yo oraré por ustedes”, “¡gracias!, este es Mi ministerio” “esta es Mi visión”, “yo tengo la unción”.
Los idólatras modernos cantan a sus ídolos en los templos aunque no estén presentes, dándole gracias por los favores recibidos como si fuera Dios. Todo lo saben (son omniscientes) todo lo pueden (omnipotentes) y están en todo lugar en el “espíritu” (son omnipresentes). Con el tiempo el mismo pueblo le da atributos divinos y él ó ella, los recibe con gusto.
De esta forma, este tipo de iglesias se vuelven como Israel; quizo un dios, y se les dio un dios. Quisieron un rey, y tuvieron su rey. El becerro de oro siempre será lo que el pueblo quiere que sea: Dios, Rey, Padre o Cristo.
Dijeron entonces los hebreos, “mañana será fiesta para Jehová”
¿Para Jehová?. Las Iglesias con becerros de oro creen sinceramente que cuando le ofrecen alabanzas y reconocimientos a sus becerros lo están haciendo directa o indirectamente a Jehová. La palabra “fiesta” en hebreo significa divertirse, pasarla bien. Eso es lo que se hace cuando hay un ídolo. Pasarla bien y divertirse, olvidando lo principal de las reuniones cristianas que es alabar a Dios y escuchar Su Palabra. Pero no solo eso; cuando se ha transgredido la línea, se cometen actos vergonzosos en honor del ídolo. De hecho, la palabra en hebreo que se utilizó para describir el regocijo de Israel aquella vez, significa ‘carcajadas’, ‘desenfreno sexual’. Se entiende entonces que el pueblo cometió actos de inmoralidad sexual, lujuria y deseos de la carne a la salud del becerro.
Actualmente se comenten estas mismas faltas que ni aún entre los gentiles se nombran. A eso es a lo que se llega finalmente cuando se crea en las Iglesias un becerro de oro. Siempre en la cúspide de la adoración a los becerros, no tardan en aparecer muestras, noticias, rumores de índole sexual. Porque todo ídolo moderno, todo becerro dorado siempre halla quien satisfaga sus deseos y no sólo eso, sino que como cualquier artista acepta los favores sexuales que los mismos admiradores o fans le ofrecen, en este caso los mismos fieles de las Iglesias donde son adorados. Haciendo de los actos sexuales rituales y partes del culto mismo. Al cual sólo tienen acceso familiares, fieles incondicionales y gente de probada confianza; mientras la demás feligresía tiene un alto concepto de su becerro porque no ve las dos caras de la moneda.
Estas iglesias llegan a un grado tal de idolatría y fanatismo, que toda prueba que vaya en contra del alto concepto que tienen de su “ungido” es inmediatamente descalificada como apócrifa, como producto de envidia o como ataque satánico. A todo lo hablado y escrito dirá que es “calumnia” y a todo lo visual tachará de “fotomontaje”, a lo audible “editado” y a todo lo bíblico “manipulado”. Nada que desacredite su becerro será cierto. El ídolo es incapaz de cometer tales cosas, él es santo, único, no peca, es perfecto.
Hoy hay muchos que se jactan de hacer “las cosas con excelencia”. “Somos los mejores, hacemos las cosas con perfección para la Gloria de Dios”. Hay que saber notar cuándo realmente se hacen las cosas a la Gloria de Dios y cuándo se realizan a la gloria de los becerros de oro. En tiempos de necesidad ha habido Iglesias que envían ayuda humanitaria a miembros de su propia fe o a otros, pero no a nombre de Cristo o de Dios, ni siquiera a nombre de la Iglesia que es quien lo envía, que es producto de su esfuerzo. Lo envían a nombre de sus becerros, de sus ídolos. Para las Iglesias con ídolos lo más importante es el nombre de sus líderes, de sus guías, su fama y su nombre. Justifican esto predicando que Cristo habita en ellos y al predicarlos se predica a Cristo. Los becerros se vuelven representantes de las iglesias, su orgullo y su imagen corporativa. Les rinden pleitesía y los registran con derechos reservados. Se comercia con su fotografía, con sus presentaciones, lo vemos en llaveros, en cds, películas, souvenirs. A estas alturas el ídolo se vuelve una fuente magnífica de ingresos.
Más tarde, (continuando con el relato bíblico) Moisés llega al campamento. Josué cree que es ruido de batalla lo que se oye, pero Moisés lo corrije al llegar y ver a Israel danzando alrededor de la ignominiosa estatua. La palabra hebrea que expresa ‘danza’, significa ‘dar vueltas en derredor’. Los hebreos danzaban alrededor del becerro frenéticamente. Moisés, lleno de celo rompe las tablas que tenía en sus manos, escritas por el dedo de Dios. Un celo como dijo el apóstol Pablo,
…los celo con el celo de Dios, pero me temo, que como la serpiente engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera, extraviados de la sincera fidelidad a Cristo
2a de Corintios 11:13
En estas iglesias hay gente sincera que no sabe que realmente no está adorando a Dios, no sabe que en realidad lo está ofendiendo. Sin embargo, dicha sinceridad no es suficiente para hacerles fieles a Jesucristo.
Los adoradores falsos. Los que adoran a un becerro de oro son sumamente celosos de su ídolo. Si la gente se burla de Cristo, si tiene por inmunda Su sangre y su sacrificio, no les causa ningún problema. ¡Pero no hables en contra de su becerro porque dan la vida por ellos!. Aquí cabe aclarar que no es un celo como el que sintió Pablo por la Iglesia; No. Es un celo carnal y diabólico. Los becerristas tienden a ser intolerantes con aquellos que no comulgan con su fanatismo y llegan a ser violentos si se sienten agredidos en la fe que ponen en sus ídolos. Se vuelven INTOCABLES y peligrosos.
Así hay muchos falsos predicadores en el mundo, en la tv, en la radio. Pastores, apóstoles, obispos, cantantes cristianos y predicadores. Que llenan gigantescos estadios y enormes auditorios. Todos buscando el amor, el dinero de sus pueblos, de la gente a la que maravillan con sus dones y su “ungimiento”. Verdaderos ídolos productores de oro como el de Aarón. Mismo que Moisés tomó; -debió haberse ayudado de alguien, porque pesaba mucho- y lo fundió. Lo hizo polvo. Eso son los ídolos al fin, sean estos de materia o humanos… polvo. Por eso Moisés lo hizo polvo, para que Israel viera que no son nada y que a eso regresan los ídolos.
Por eso dice la Escritura “maldito el hombre que confía en el hombre” además de “porque somos polvo”. Eso de que no está mal confiar en un hombre “enviado” o “ungido” es un texto revuelto de aquellos que buscan justificar la fe en un hombre.
Dios es un Dios celoso. No admite rivalidad.
Hubo un día que los Israelitas torpemente perdieron el Arca del Pacto. Los filisteos la capturaron y la llevaron al templo de Dagón su dios. A la mañana siguiente, la estatua de Dagón estaba postrada delante del Arca de Jehová; los filisteos lo pusieron de nueva cuenta en su lugar, pero al día siguiente el cuadro que vieron los llenó de temor: postrada de nueva cuenta la estatua delante del Arca, pero ahora el puro tronco, con las manos y la cabeza cortada. (1a de Samuel 5:4). Dios no admite competencia ni rivalidad. Es único. Ese es el final de los ídolos con alma humana.

Cuando las cabezas de los becerros comienzan a caer. Muchos hay que se pierden y arrastran en su caída. Todos los que confiaron plenamente en ellos como si fueran Dios y llegan a tener plena conciencia de la realidad. Lloran amargamente, se deprimen por la gran decepción que sienten al descubrir lo vano de sus becerros. Peor aún; se alejan de Cristo culpándole de haber jugado con su fe como si Él se solazara en el extravío que los mismos idólatras buscan y forjan a voluntad. Si los que no conocen a Dios son juzgados por su conciencia en cuanto a la idolatría, ¿cuánto más somos culpables aquellos que teniendo conocimiento caemos en el mismo error? Romanos 1:20.
Cuando se tiene conocimiento, cada quien es responsable por lo que hace en el camino de Dios a pesar de que recibamos la palabra por cualquiera de los pastores o líderes religiosos. Y también a pesar de que haya alguien que creamos que puede intecercer por nosotros. Sobre todo en lo que se refiere a la gravedad de la IDOLATRIA. Nada nos salva de ello ante el juicio justo y divino. Nada puede justificarnos. La idolatría ya no tiene la cara que tuvo en Israel en aquellos tiempos y no nos hace falta regresar o afiliarnos a la iglesia católica para pecar en ella. La idolatría tiene un camuflaje casi perfecto, que de no tener a Dios en nuestra conciencia nos hacemos fácil presa; al grado de que podemos llegar a practicarla creyendo que le estamos dando la Gloria a Dios. No hace falta la tilma de la guadalupana en nuestros templos para ser idólatras, basta con tener en sumo respeto la figura de un becerro de oro. De ese tipo de prácticas, de esas Iglesias de los ídolos de oro, dice el profeta que debemos salir cuando hayamos comprendido la magnitud del error en que se encuentran o nos encontramos; cuando tengamos plena conciencia de que está en peligro nuestra salvación:
Salid de en medio de ella, pueblo mío, y salvad cada uno su vida del ardor de la ira de Jehová
Jeremías 51:45
…Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes desus pecados, ni recibáis parte de sus plagas.
Apocalípsis 18:4
Dios nos dé entendimiento, fe, y sobre todo… VALOR.

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