viernes, 31 de agosto de 2012

G12 revelando la realidad acerca del llamado Gobierno de doce“Abraham y el G12 de Castellanos”



Después del Diluvio, Abraham es el hombre que, por excelencia, tipifica la obediencia a Dios. De origen pagano, y en principio seguidor de dioses ajenos, no obstante, entendió que el verdadero Dios le llamaba, y obedeció casi siempre Su voz.

Ya desde el momento en que Jehová habló con él, empezó a revelarle Sus propósitos, y le manifestó una serie de promesas (Gn. 12: 2, 3). Veremos que muchas de esas promesas tenían que ver con la nación que iba a levantarse de sus lomos. Abraham iba a ser el padre de Israel (Ro. 4: 1), pero además, Abraham iba a ser el padre de todos los verdaderos creyentes (ver Ro. 4: 11, 12).
Abraham, que vivió antes de ser ordenada la ley “por medio de ángeles” (Gl. 3: 19), fue justificado por tanto, no por cumplir con la ley, la cual además él desconocía, sino por la fe; la fe en Aquél quien le hizo la promesa de salvación: “Porque ¿Qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia…porque decimos que a Abraham le fue contada la fe por justicia” (Ro. 4: 3, 9b).

Cristo, que “es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación” (Ef. 2: 14), es la simiente de Abraham (Gl. 3: 16), por tanto éste último es padre de la circuncisión y de la incircuncisión (Ro. 4: 16).

La bendición de Abraham dada por Dios por pacto sempiterno e incondicional, iba a ser en Cristo Jesús, no sólo para el “Israel de Dios” (los judíos rendidos a Cristo – Gl. 6: 16) sino también para los gentiles, “a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gl. 3: 14).

Así que Dios habló a Abraham de promesas muy concretas.

Hoy en día bastante se está hablando - y ya anticipamos que mucho de ello sacado de su contexto – acerca de estas cuestiones, llevándolo hacia un posicionamiento materialista, dominionista y evidentemente interesado.

César Castellanos, el promotor del G12 y de sus católicos “Encuentros”, últimamente está haciendo un énfasis considerable sobre lo que mencionamos, y redundando en ello, está sacando el texto del contexto innumerables veces, a saber con qué intencionalidad (lleguen ustedes a sus propias conclusiones). Por tanto nos será preciso una vez más analizar con la Biblia en la mano la verdad sobre la cuestión.

En su artículo “Comprendiendo nuestro linaje”, Castellanos escribe lo siguiente:

“Usted es descendiente real de Abraham, toda su bendición pasó a la simiente. Pablo dijo que la simiente de Abraham es Cristo y nosotros, por ser de Él, somos simiente de Abraham” (1)
Comencemos por aquí. Este texto tiene unas fallas teológicas apreciables, que tienen el potencial de llevar al lector al error.

Vayamos por partes. Primeramente, nosotros, creyentes de origen gentil, no somos descendientes reales de Abraham, esto no lo enseña la Escritura. Nosotros hemos sido injertados contra natura:
“Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo…” (Ro. 11: 24). Es por la misericordia de Dios, por su bondad (Ro. 11: 22) que Él nos injertó en el tronco del buen olivo, que simboliza la promesa y herencia de Abraham (Gl. 3: 18), y es por la fe que estamos en pie (Ro. 11: 20).

Segundo.
Nosotros no somos la “simiente de Abraham”. La Biblia es muy específica cuando dice: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice:

Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3: 16)

La simiente de Abraham es Cristo. Abraham, como hemos leído, no tuvo “simientes”, sino que tuvo la que tuvo en un principio: Isaac. El fue el hijo de la promesa, quien a su vez fue tipo del Hijo de Dios, y de esa simiente vino su descendencia que somos nosotros, no su simiente:

“ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia” (Ro. 9: 7)
En este ensayo voy a refutar lo que Castellanos está últimamente enseñando como verdad de Dios, y lo haré haciendo un específico estudio del llamado Pacto Abrahámico, y demostrando que poco o nada tiene que ver lo que Castellanos enseña al respecto, con lo que la Biblia magistralmente dice.

Resumen del Pacto Abrahámico:
Podríamos empezar enumerando las promesas que Dios hizo, cuando por cuenta propia – es decir, de forma incondicional - pactó con Abraham. Empecemos por ahí.El pacto con Abraham, llamado Pacto Abrahámico, consta de al menos cinco partes específicas. A saber:

De Abraham, una nación grande (Gn. 12: 2)
Bendición en Abraham y en su simiente (Cristo) todas las familias y naciones de la tierra (Gn. 12: 3; 26: 4; 28: 13, 14; Hchs. 3: 25; Gl. 3: 16). Esa bendición es también para los que bendigan a Abraham y a su descendencia, y se torna en maldición para los que les maldicen (Gn. 12: 3)
La tierra de Israel (Gn. 12: 7; 13: 14-17; 15: 5-7; 18- 21; 17: 8; 26: 3); sujeto a la circuncisión (Gn. 17: 10)
Descendencia incontable (Gn. 13: 16; 15: 5-7, etc.) tanto natural como espiritual.
Pacto con la descendencia de Abraham (Gn. 17: 7; Lc. 1: 55) tanto con los judíos, como posteriormente con los gentiles (la salvación en Cristo Jesús).

La bendición de Dios para con Abraham, y para con su descendencia en su simiente, la cual es Cristo, mayormente tiene que ver con la salvación eterna:

“Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gl. 3: 14). No perdamos este enfoque.

A. Una nación grande:Lo primero que Dios le prometió a Abraham fue que haría de él una nación grande (Gn. 12: 2). Esto se ha cumplido de tres maneras:

a) Primeramente en la realidad del pueblo hebreo; la descendencia natural suya: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra…” (Gn. 13: 16). El pueblo de la tierra, es Israel, el cual recibirá en su día el reino a él prometido (ver Hchs. 1: 6; Mt. 25: 31 ss. etc.).

b) Segundo, se está cumpliendo en cuanto a la posteridad espiritual de Abraham (Jn. 8: 39; Ro. 4: 16; Gl. 3: 6, 7, 29). Somos todos los nacidos de nuevo, tanto de origen judío como gentil.

c) Tercero, por medio de Ismael, el hijo que tuvo con Agar: “Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que le bendeciré, y le haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera; doce príncipes engendrará, y haré de él una gran nación” (Gn. 17: 20)

La tierra de IsraelEn cuanto al primer punto (a), Dios le prometió a Abraham y a su descendencia según la carne una tierra. No se puede concebir una nación sin su tierra; así que la descendencia que iba a ser como el “polvo de la tierra” (Gn. 13: 16), Israel, iba a tener su territorio. Esta promesa es – como puede comprenderse – exclusiva para el judío; la Iglesia no tiene territorio, porque su ciudadanía está en los cielos (Fil. 3: 20).

El Señor fue muy específico en este punto. Veámoslo:
“Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra” (Gn. 15: 7). Esta era la tierra de Canaán, e iba a ser dada a Israel en la cuarta generación, después de pasar 400 años en esclavitud en Egipto (Gn. 15: 13-16). Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo (Hchs 7: 5)

“En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo:
A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los cadmoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos” (Gn. 15: 18-21)

Dios hizo un énfasis muy notorio en definir la ubicación de la tierra que Israel iba a poseer, para que nadie después – como hace Castellanos – “espiritualizara” el asunto, y sacándolo de su contexto, viniera a decir que la tierra es de los creyentes en la actualidad, mal basándose en la promesa al respecto que Dios le hizo a Abraham.
César Castellanos, en su artículo “Comprendiendo nuestro linaje”, escribe así:

“La herencia de Abraham es para nosotros. Al recibirla, ya no se debe sentir miserable e insignificante, ni ciudadano de segunda categoría…usted es heredero de las promesas que Dios le dio a Abraham, son suyas, esa herencia se ha trasladado a su vida” (2)
El problema aquí cuando Castellanos generaliza en cuanto a las promesas, y a que somos - dice – herederos de las mismas, es grave.

La Biblia dice que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (ver 1 Ts. 4: 13-17). Así como a Abraham, Dios no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie (Hchs. 7: 5), “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb. 11: 10), así también nosotros.

La promesa en cuanto a la tierra no es para nosotros, es para Israel, y tendrá su cabal cumplimiento en el Milenio.

Por otra parte, ¿qué verdadero cristiano puede sentirse como “ciudadano de segunda categoría”, sabiendo que su ciudadanía no es de aquí sino del Cielo? ¿Por qué ese continuo apelar a las cosas de esta tierra por parte del G12 y de sus proponentes? ¿Por qué ese afán materialista y dominionista? ¿No dice la Palabra que busquemos las cosas de arriba, y no las de la tierra, porque hemos muerto a nosotros mismos, y estamos esperando que nuestra vida sea manifestada sólo cuando Cristo se manifieste? (Col. 3: 1-4)
¿Por qué este exagerado énfasis del G12 en las cosas de este mundo, cuando la misma Biblia nos previene a no amarlas? (1 Jn. 2: 15ss)
(Mateo 7: 15) “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.”
Confundiendo la virtud con la “excelencia”Es muy típico de Castellanos y de cientos más de su misma línea, el intentar llevar a su público a desear y ambicionar lo mejor de las cosas de este mundo, todo ello maquillándolo con un perspicaz y ligero matiz cristiano. A todo ello le llaman buscar la “excelencia”, y no dudan en usar la Palabra y sacarla de su contexto con tal de conseguir sus propósitos.

En la III Convención del G12 en Venezuela, 2008, César Castellanos ante su ruidoso público, y haciendo previa mención al pasaje de 2 Pedro 1: 5, donde el apóstol escribe acerca de añadir a la fe virtud, el autor docenario se expresó así:

“Al ingrediente de la fe, deben ponerle un ingrediente, ese ingrediente es la virtud, la palabra virtud es la palabra griega “areté”, que significa excelencia…muchos creyentes han descuidado lo que es la vida de fe, y así han perdido la vida de excelencia; ahora, ¿qué es la excelencia? La excelencia es que no podemos conformarnos con lo que tenemos. La excelencia es tratar de tener las cosas en la mejor presentación posible” Es cierto que la palabra griega “areté” significa excelencia, como también significa más cosas: “mérito, perfección, inteligencia, pericia, fuerza, vigor, valor, bravura”, etc. y también VIRTUD, y esta última es la acepción que le va mejor al citado texto petrino, tal y como la traduce la Reina -Valera.

Ahora bien, una buena definición de lo que es VIRTUD, es esta: “Virtud es una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien”, lo cual sería en el contexto de la escritura mencionada, el poner la fe por obra.

No obstante, fíjense ustedes en la preclara intencionalidad de Castellanos, conforme a lo que dije arriba; para él nosotros requerimos de la “excelencia” para no “conformarnos con lo que tenemos”, y para “tener las cosas en la mejor presentación posible” (4). Todo ello se ha de entender del siguiente modo:

Falta de contentamiento (contrario a 1 Timoteo 6: 6)
La importancia de la apariencia (contrario a 1 Samuel 16: 7)
No, no es esa parte de la “herencia de Abraham” para los creyentes; ni mucho menos.

“La verdadera “excelencia” es el poner por obra la fe, lo cual implica virtud (2 Pr. 1: 5), lo cual implica poner por obra lo que sabemos que a Dios le agrada, y no lo que a nosotros nos agrada, necesariamente”

B. La promesa de Abraham para nosotros es la vida eterna:La promesa y bendición que nos pertoca de parte de Abraham como creyentes que se hizo extensiva a nosotros, es la concerniente a la salvación eterna, y nada que ver con las posesiones, el “éxito”, la conquista de las naciones, la buena reputación, las cosas de este mundo, etc.:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1: 3-5) Como leemos, esa bendición de vida eterna, ya fue decretada desde antes de la fundación del mundo, habiéndonos escogido el Señor para ser sus hijos por adopción gracias a la simiente de Abraham: Cristo Jesús (Gl. 3: 16).
Concluimos este punto insistiendo en que la promesa que Dios le hizo en cuanto a la tierra, fue y es para el Israel nacional (ver más sobre esto en: Gn. 15: 5-7; 18- 21; 17: 8; 26: 3)

Nótese a continuación que el pacto en cuanto a la tierra, tenía que ser guardado con una señal inequívoca: la circuncisión;“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos.
Dijo de nuevo Dios a Abraham:
En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto” (Génesis 17: 7-14)

Evidentemente, la circuncisión nada tiene que ver con la Iglesia (Gl. 6: 16), y así como la circuncisión nada tiene que ver con la iglesia, tampoco la tierra dada a Israel tiene que ver con la Iglesia.

Si Castellanos reclama la tierra, y se siente “desafiado a conquistar” (5), entonces tendría que plantearse el circuncidarse también, y con él todos los demás que creen que la promesa que Dios le dio a Abraham referente a la tierra, es suya.

Insistimos en que la promesa que Dios le hizo a Abraham en cuanto al territorio, sólo opera para Israel. Por lo tanto, esa promesa no es para nosotros.
¿Heredamos de Abraham prosperidad económica y “liderazgo”?Recordemos las palabras de Castellanos en su citado artículo:

“La herencia de Abraham es para nosotros. Al recibirla, ya no se debe sentir miserable e insignificante, ni ciudadano de segunda categoría…usted es heredero de las promesas que Dios le dio a Abraham, son suyas, esa herencia se ha trasladado a su vida” (6)
Castellanos nos habla de que la “herencia de Abraham” es para nosotros. Además de la cuestión de la tierra ¿A qué herencia se está refiriendo Castellanos? Se está refiriendo, no a lo que la Biblia enseña como tal, y que es todo lo concerniente a la salvación y vida eternas, sino a una supuesta herencia terrenal, aquí y ahora. El mismo escribe:
“Dios bendijo a Abraham…y…puso toda la bendición sobre la vida de este hombre, y le impartió la bendición económica, ministerial y de autoridad” (7)
Según Castellanos, usted y yo como creyentes, hemos heredado de parte de Abraham las bendiciones económicas. Seguramente el apóstol Pablo no fue heredero de Abraham, a juzgar por su propio testimonio. Veamos como apreciaba él las cosas de su cotidianidad:
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…” (Fil. 3: 7, 8)
A diferencia de Castellanos y cientos más, poco le importaban a Pablo las cosas de esta vida. El sabía que esta vida es pasajera y breve. Su esperanza estaba en la vida por venir:
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8: 18)
Pero según Castellanos, empecinadamente, todos los cristianos auténticos debemos ser prósperos en lo económico, como lo fue Abraham. No obstante la misma vida nos da testimonio de que eso es un anacronismo y una insensatez… ¡Que Castellanos se lo diga a los miles de fieles creyentes que se deben esconder en las catacumbas de la China, o en los países dominados por el Islam! ¡Que se lo diga a todos los fieles cristianos de ciertas partes de África, y aún de Latinoamérica! ¡Que se lo diga a toda la iglesia perseguida, en la India, en Paquistán, Afganistán, Arabia Saudita, en el Magreb, en Chiappas (México), en Somalia, Sudán, sur de Asia, etc. etc.! Ofende ese tipo de espuria teología…
Pero según César Castellanos, no sólo debemos ser ricos como lo fue Abraham (¡y muchos deciden creer eso!), sino que además debemos tener “ministerio” y “autoridad”. Lo último tiene mucho que ver con la cuestión hiper-enfatizada por parte del G12 de ser “líderes”. Según Castellanos, todos son “líderes”; “todos jefes, y no hay indios”…pero esto sólo se dice para cultivar el ego y la carne de los que le prestan atención… ¿Quién quiere ser “indio” pudiendo ser “cacique”?
¿”Ministerio” como el de Abraham? Abraham fue único en su servicio al Señor; porque eso es lo que significa “ministerio”: servir. Eso no es una herencia, eso es una responsabilidad personal delante del Señor.

“Que les diga César Castellanos a los cristianos que están en países donde el Islam persigue las demás creencias, lo que enseña como verdad de Dios en sus famosas y facilongas convenciones internacionales…o mejor, que se vaya a uno de esos lugares a vivir por un tiempo…”

La herencia verdadera de AbrahamInsistimos de nuevo en que el único punto que la Biblia toca acerca de la herencia nuestra en relación a Abraham es el siguiente:
“Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa” (Gálatas 3: 18)

La herencia anunciada a través de la promesa es en lo relativo a la salvación eterna, lo cual es absolutamente inmerecido (como lo es toda herencia), añadiendo la Escritura una condicional co-herencia con Cristo: “si es que padecemos juntamente con Él” (Ro. 8: 17).
La herencia de Dios por Abraham a la Iglesia, nada tiene que ver con este tiempo y con esta tierra, sino con la vida que ha de venir. Nuestra salvación no se ha manifestado todavía, sino que es por fe (Ro. 11: 14; 1 Jn. 3: 2; Ef. 1: 14; Hchs. 15: 11), y las bendiciones de esa salvación son fruto a recoger en la vida eterna (por eso es herencia).
Vean las siguientes escrituras al respecto:

Hechos 20: 32; 26: 18; Hebreos 9: 15; “Herencia con los santificados”Gálatas 3: 18; “La herencia es por la promesa, no por la ley”Efesios 1: 11, 14, 18; Col. 1: 12; Hebreos 10: 34; “La herencia espiritual de los santos”Efesios 5: 5; “Ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, heredará con los santos”
La herencia de Abraham nada tiene que ver con este tiempo, sino con la vida que ha de venir. El problema de Castellanos y de cientos más como él, es que a modo del hijo pródigo cuando quiso irse de su casa, quieren la herencia aquí y ahora (Lc. 15: 12), pero la verdadera herencia jamás Dios la dará en esta vida.

La obstinación del G12 en este sentido es tan desmesurada como irresponsable; es como el dicho jesuita que se encuentra en los famosos y aberrantes “Ejercicios Espirituales” (cuya obra y espíritu es fácil observar en el G12), cuando dice: “si la iglesia declara que lo que ve negro es blanco, el jesuita debe estar dispuesto a concordar con ella, aunque sus sentidos le indiquen lo contrario”.
Esta intransigencia a lo sumo, que es capaz de negar, no sólo la verdad que es por la fe, sino la misma razón objetiva, es propia de todos lo fanáticos y fanatizados.
Con retrato y todoY propia de fanáticos es el culto al líder, lo cual es propio del mismo espíritu del G12. Hace poco me fue enviado un extraño retrato que un ministro del G12 hizo de César Castellanos. Según se me aseguró, ese retrato fue promovido por un apóstol local del G12, para que se colocara a la vista de todos en todas las iglesias que tiene bajo su “jurisdicción”.
Si la iglesia católica es aberrante, entre otras cosas, por el culto a pinturas e imágenes, ¿qué está ocurriendo en la actualidad cuando supuestamente algunos que se denominan evangélicos están haciendo tres cuartos de lo mismo?
Ese retrato de Castellanos, el cual muestro en este artículo, según se me informó, debía ser expuesto a la vista de todos dentro de los templos de algunas congregaciones del G12.

“Este es el retrato de Castellanos, firmado por un tal L. K. Berry, ministro del G12”
En este retrato es fácil observar ciertas cosas a simple vista. Castellanos aparece de perfil con una evidente expresión típica del mundo jesuita o del Opus Dei (mirada contemplativa y hacia abajo). Lleva puesta una especie de toga de color rojo, color cardenalicio, y sobre él por atrás viene como del cielo un halo de luz dorada, representando supuestamente la unción de Dios. Él sería el ungido, el nuevo profeta de Dios que ha traído la última (e imposible) revelación: la visión del G12.

¡Cuidado! Cuando los creyentes idealizan a las personas, elevándolas sobre imaginarios pedestales, entonces esos creyentes corren gran peligro:
“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo…” (Jer. 17: 5)
¡Usted se ha de ver como una persona de éxito, dice Castellanos!Pero Castellanos sigue adelante con su disertación oportunista, y llega al punto en el que alega cuestionamientos pseudo psicológicos para seguir defendiendo su espuria teología. Escribe así:
“…la gente lo tratará como usted se ve a sí mismo. Si se siente como un fracasado, la gente lo tratará como tal, y si se ve como una persona de éxito, así será tratado por los demás” (8) En el contexto de la “herencia de Abraham”, y poniendo por ejemplo también – como no – a los diez espías quejicas (Nm. 13: 33), Castellanos en su artículo apela de nuevo a la carne del oyente, haciéndole entender la importancia que tiene lo que los demás piensen de uno… ¡Como si a un verdadero hijo de Dios le importara esto! Jesús dijo: ¡Gloria de los hombres no recibo! (Jn. 5: 41). Como verdadero creyente, ¡qué me importa a mí lo que los demás piensen de mí, si les gusto o no les gusto! ¡A mí sólo me importa agradar a mi Dios, no agradar al hombre! Para mí el ser una “persona de éxito” sólo lo será en tanto en cuanto esté haciendo lo que agrada a mi Señor, ¡Ese es el éxito para mí!
Como los demás me traten, o me dejen de tratar es absolutamente anecdótico.
Concluyendo:El cristianismo del G12 tiene un clarísimo planteamiento y fórmula carnales, y es contrario al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, y quien lo siga, no sigue a Cristo:
Digo, pues: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gl. 5: 16)
Claramente se ve la intencionalidad del G12, cuando pone por en medio a Abraham como excusa para hacer desear, ambicionar y codiciar a sus seguidores las cosas pasajeras de esta vida: posición, buena reputación, “éxito”, fortuna, liderazgo, buena opinión ante los demás…todas las cosas que cualquier impío también desea.

Pero por favor, no perdamos la perspectiva. Fijémonos en lo que la Biblia enseña acerca de amar las cosas de este mundo:

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2: 15-17) No podemos amar al mundo y amar a Dios. Vamos a tener que tomar decisiones drásticas, tanto más, cuanto vemos que aquel día se acerca (He. 10: 25).
¡Cristo está a las puertas!
Dios les bendiga.
Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España.

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